Carolina Velasco
Hedonismo antes de la tormenta: el cabaret en el Berlín de Weimar

Nada necesita menos justificación que los placeres
Bertolt Brecht
La vida en el Berlín de entreguerras era especialmente difícil. Ahora es fácil leer las señales del abismo al que se dirigían; entonces, para sus habitantes, los problemas más acuciantes eran la inestabilidad política y financiera. Beber, bailar y olvidar en tugurios era, tal vez, la única opción de fuga que les quedaba.
Aunque fue a principios de siglo xxi cuando el alcalde Klaus Wowereit acuñó aquello de que Berlín era «pobre pero sexy», la verdad es que bien podría aplicarse a ese Berlín de entreguerras, que aún hoy ocupa un lugar privilegiado en el imaginario colectivo alimentado, en gran parte, por la literatura y el cine. Pero para poder entender por qué floreció el ocio y el papel que tuvieron los cabarets en la vida sociopolítica berlinesa, primero hay que remontarse a 1920.
Ese año la ley del Gran Berlín añadía catorce distritos al Alt-Berlin, compuesto por los distritos de Mitte, Tiergarten, Wedding, Prenzlauer Berg, Kreuzberg y Friedrichshain. De la noche a la mañana Berlín se convertía en una conurbación de más de 800 kilómetros cuadrados y una población cercana a los cuatro millones, cifras que no difieren mucho de su tamaño y densidad actuales. También se produjo un aumento considerable de la flota automovilística: de los 7.000 coches registrados en 1914 se pasó a unos 82.000 a principios de 1929. Tampoco le fue a la zaga el transporte público: en estos años se expandió de un modo extraordinario y a finales de 1924 el metro contaba con una red de 44 kilómetros y 60 estaciones, 90 líneas de tranvía y 43 de ómnibus. Berlín se había convertido en una megalópolis a la que sus propios habitantes se referían como «die Weltstadt» («la ciudad del mundo»).
Con la ampliación se hicieron también más patentes las diferencias entre barrios. Incluso Alfred Döblin llegó a referirse a la capital alemana como un «Chaos von Städten» («caos de ciudades»): en el oeste, y alrededor de anchas avenidas como la Kurfürstendamm, florecían las tiendas de lujo, las mansiones, los edificios con fachadas ornamentales y algunos de los más suntuosos salones de baile, mientras que en el este vivían las clases trabajadoras, a menudo hacinadas en pequeños espacios y llegando a alquilar el colchón por turnos. La autora Annemarie Lange cuenta en Berlin in der Weimarer Republik (1987) que mientras que en el oeste se podían llegar a pagar hasta 50 marcos por acudir a un espectáculo, en los comedores populares del este un almuerzo costaba entre 50 y 60 pfennigs (poco más de medio marco). Incluso en los cafés y salones de baile del este era posible cenar por menos de un marco. Y si en el oeste tenían el lujoso KaDeWe, en el popular barrio de Neukölln se inauguraba en 1929 la galería Karstadt, en un edificio de estilo expresionista diseñado por Phillipp Schaefer (del edificio original sólo queda en pie parte de la fachada).