Kiko Amat
Los castrati: el lado divertido de la emasculación

Si usted tiene un niño con voz de claxon al que desea lanzar como soprano de éxito tal vez desee saber dónde puede serle practicada una castración exprés. La respuesta es en ningún sitio, maldito salvaje; la operación es ilegal desde hace dos siglos. Pero en el siglo XVII la orquiectomía se llevaba a cabo «rápida y barata» en hospitales urbanos, dispensarios rurales y, por qué no, barberías (con «instrumentos primitivos y un nivel de higiene que mejor dejar a la imaginación», nos dice Patrick Barbier en TheWorld of the Castrati). La operación solía practicarse en niños de entre ocho y diez años, casi nunca menores de siete y jamás mayores de doce, pues a partir de esa edad se activaba la jarana glandular. Los dos métodos anestésicos más populares eran el opio (bien) o la estrangulación de las arterias carótidas (auch). Entonces se cogía al mozalbete y, una de dos, se le sumergía en una bañera de leche para «suavizarle» las gónadas (el anti-Cleopatra), o en una de agua helada para congelárselas e impedir «excesivo sangrado». Tras los preliminares, el cirujano/peluquero realizaba una incisión en el escroto por la que extraía el cordón espermático y los testículos, los cercenaba y ataba los conductos. Huelga decir que casi todo el mundo moría (entre el 10 y el 80 por ciento de las operaciones, dependiendo si operaba un celebrado cirujano de Bolonia o Pascale «Il Maiale» Grugnetti, dueño de las porquerizas del villorrio), pero los que sobrevivían eran castrati, o «hombres que han sido castrados para que su voz preserve una calidad similar a la de las mujeres», según el Diccionario de la Academia Francesa de 1773. Sin vuelta atrás.