Pilar Eyre
Se busca relación formal con señorita que tenga piso en propiedad

CUANDO LLEGABA a casa de mi abuela, lo primero que hacía era lanzarme en plancha para coger el ¡Hola! antes de que lo hicieran mis hermanas. En portada salía la imagen de la triste emperatriz Soraya de Persia, «repudiada por su marido por ser estéril». Yo no sabía qué quería decir repudiada y menos todavía estéril, ya que en esa época aún creía que a los niños los traía la cigüeña, pero me fascinaba la historia hasta el punto de que arrancaba las fotos a escondidas para mirarlas en mi cuarto. Sin embargo, confieso que las noticias sobre las nietecillas de Franco, también muy abundantes, me dejaban fría. En la playa gallega de Bastiagueiro, el Caudillo salía en la foto ataviado como un señor normal, aunque tocado con gorra de almirante, con doña Carmen luciendo amplio muestrario de dientes y una criatura rolliza en brazos. El pie decía: «El Generalísimo distrayéndose de la dura tarea de gobernar junto a su nieta Mari Carmen». Precisamente un día, leyendo la revista a un centímetro de los ojos, mi abuela le dijo a mi madre, «Aquesta nena no hi veu bé», y mi madre, una atribulada joven de poco más de veinte años, me acercó a la ventana. Mi abuela vivía en el Paseo de Gracia esquina Aragón y en esa época estaban cubriendo la vía abierta por donde pasaba el tren. A la pregunta «Pilarita, ¿qué ves ahí?» respondí al buen tuntún «un coche», y como lo que me señalaba mi madre era una apisonadora del tamaño de un elefante, me llevaron en volandas hasta la Óptica Cottet de la Puerta del Ángel, donde me colocaron las gafas que entonces se llamaban de culo de vaso, que ya no me quité hasta cincuenta años después, cuando me operaron de la vista. Sí, todos tenemos un pasado, y sí, como muchos crecí en una familia bilingüe, aunque a mí me tocó el castellano. Por cierto, que bastantes años después me encontraba a menudo a la exemperatriz Soraya en Marbella muy alegre, siempre con una copa en la mano, y a Mari Carmen, la nietísima, la entrevisté varias veces en su época más despendolada.